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La Bienal de Arquitectura de Quito 2006:
Sus traslados e intenciones


No solemos pensar en el sentido de las instituciones. ¿Cuál es el sentido de las bienales de arquitectura, por ejemplo, que reproducen sus apariciones cada dos años en múltiples lugares, como una suerte de cultivo de relámpagos culturales cuya siembra consume meses y grandes sumas de dinero? Boris Albornoz me ha planteado el reto de responder –en retrospectiva- a esta pregunta; de hurgar el sentido de la Bienal de Arquitectura de Quito más allá de sus objetivos inmediatos, mediáticos y póstumos.

No voy a escribir una apologética de la Bienal, aunque no falten aquéllos quienes no le encuentran sentido alguno y canalizarían los recursos que absorbe en otras direcciones. Simplemente he de recurrir a la metáfora del viaje para formular el sentido de la XV Bienal de Arquitectura de Quito, pues se lo hilvana en la medida en que involucra un sinnúmero de traslados y encuentros. Deleuze y Guattari sostienen que los supremos son los viajes de la inmovilidad. Si bien su enunciado puede interpretarse como una alusión a los múltiples senderos que se abren en el océano virtual, o como un rescate de las posibilidades de la meditación y la capacidad humana de circular los territorios de la fantasía y el deseo, también puede servir para explicar el efecto catalizador –de viaje- que puede tener un evento como la Bienal, cuando se lo traduce en oportunidad para la conciencia de un gremio y una ciudadanía; para aprender en la acción y aprehender en la inacción.

La Bienal supone traslados tangibles, materiales: decenas de láminas arriban a Quito por correo o por medios digitales para ilustrar con sus contenidos los hechos de la arquitectura panamericana y conformar su muestra y catálogo; otras se dan encuentro para proponer alternativas de diseño encaminadas a reformular el desarrollo de una condición local como la propuesta por el Concurso Internacional para Puerto Baquerizo Moreno; un grupo selecto de Jurados vuelan desde varias geografías para disertar sobre los merecimientos de cada proyecto; otro grupo de pensadores asiste a dictar conferencias en un simposio; estudiantes y arquitectos de distintas ciudades del país y América Latina hacen de Quito su morada temporal cada dos años. Pero los que interesan, en última instancia, son los traslados intangibles: hay ojos que se abren, visiones que se engendran, respuestas que se encuentran, preguntas que se plantean, imaginaciones que despegan y conversaciones que se propician.

Para el 2006, la Comisión Bienal escogió como tronco el tema de la ciudad contemporánea; sus cualidades visibles y reales, tan a menudo ocultas, a la espera de ser desveladas. Un tema vasto y difícil se descompone necesariamente en eventos afines y comprometidos con la urbe. Se organizó una serie de talleres para niños, encaminados a inculcar los valores del reciclaje y la siembra de árboles; otra serie de talleres intensivos para jóvenes, en un intento por arrojar ideas para el futuro del río Machángara y su quebrada; un concurso internacional sobre arquitectura y urbanismo sostenibles para las Islas Galápagos; una exposición de arte en los espacios públicos del Centro Histórico de Quito; y el simposio Ciudades Visibles, cuyo objetivo primordial fue atraer visiones diversas de distintos continentes y personalidades que permitan reflexionar sobre eventos locales desde ópticas alternas.

Quedó claro que la Bienal estuvo permeada de inquietudes: de género, de ambiente, de raza y equidad social. En esa medida fue también un acto político, un enunciado o intento por contribuir a la transformación positiva de la polis. Abogó por la tolerancia y la inclusión: de lo natural en lo artificial; lo femenino en lo masculino y viceversa; lo periférico en lo central y el enclave de lo central en lo periférico; lo abundante en lo escaso y lo escueto en lo excesivo. Fue una invitación a participar del proceso mediante el cual se habitan las dimensiones intermedias de las ciudades, esos recorridos que asemejan una curva de Von Koch: ni línea ni superficie, ni ciudad ni campo, ni natural ni artificial…

En última instancia, la Bienal abogó por una tolerancia con la ciudad: ese yo y ese otro, colectivo e individual a la vez; exterior que se interioriza e interior que se proyecta. En una de mis visitas recientes a Estuardo Maldonado, el gran artista de la modernidad ecuatoriana puso a girar una de sus obras, aquélla titulada “6 Dimensiones”. La hélice de metal coloreado reflejaba con voz propia las distorsiones del entorno. Conforme Estuardo hablaba y me describía su obra se volvió aparente que al concebirla, sus ojos se habían pulverizado en los mil ojos de alfiler que habitan la lámina. El era los ojos en el torso de la hélice de metal. Acaso supo extraer esa actitud de empatía de los prismas de piedra Valdivia cuyos flancos están socavados por miradas huecas. La suya, se espera, es también la actitud de la Bienal: es importante diseñar desde la empatía. Hace falta ser tierra para implantarse en un terreno; ser árbol, para optar por su remoción o permanencia; ser agua que cae del cielo, para traducirse en techumbre; ser hombre “estándar”, para diseñar vivienda social; ser pobre, ser indio, ser mujer, ser gay, para comprender los espacios de la discriminación y trastocarlos; ser cara para manufacturar una máscara.

Quien es incapaz de empatía no debe diseñar sino para sí mismo. Es vital recuperarse de esa aproximación contemplativa del paisaje urbano que lo vuelve intocable. El ciudadano está inmerso en la ciudad, y la ciudad, sin él, es ruina o zona arqueológica. Es posible promover un acercamiento activo a la ciudad como experiencia. Al fin y al cabo, la más compleja de las construcciones humanas es también la mayor de las ficciones. Nos engaña en la medida que parece casi natural: con sus propias leyes, aparentemente imperecedera. Pero en sus infinitas mutaciones, la ciudad ofrece oportunidades para el cambio. Podemos transformarla. Es nuestro deber y derecho, de modo que ella pueda transmutarse también en nosotros. Con la ciudad hemos de establecer una relación positiva, de reciprocidad y beneficio mutuo. Reactivar aquella conexión íntima entre ciudad y ciudadano es el sentido último de la XV Bienal de Arquitectura de Quito: Ciudades Visibles.


Ana María Durán Calisto
Enero, 2007

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